Tres miradas para desmontar a Jaime Serra

Texto de José Luis de Vicente* para la exposición ‘Diez historias y un paisaje’.
Museo de Arte Contemporáneo de La Coruña, marzo a junio del 2015

* Comisario e investigador cultural. Fundador y Director Artístico de Sonar+D

 
 
 

1.

Operar en el espacio del arte a través del procedimiento de expandir los límites de otra disciplina es una de las estrategias más interesantes que podemos encontrar hoy en la creación contemporánea. El ejercicio de identificar a aquellos que han creado su código propio tomando los elementos que constituyen un campo diferente, y trasladándolos al territorio de la producción artística es revelador. En 2015 encontramos a artistas que trabajan con el formato de la “stand up comedy” o el monólogo de humor (Miguel Noguera); con las estrategias del fotoperiodismo de investigación (Trevor Paglen); desde un laboratorio de biotecnología (Oron Catts) o formulando una arquitectura alternativa para la ingeniería de telecomunicaciones (Julian Oliver y Danja Vasiliev). El truco que estos y otros muchos nombres emplean consiste en tomar el vocabulario, la sintaxis o el espacio institucional de una disciplina y liberarlo de sus limitaciones y compromisos básicos, inyectándole la libertad que ofrece el arte para cambiar el punto de partida inicial. Desde el espacio del arte o del diseño experimental, nombres como Jaime Serra están construyendo una historia alternativa de lo que podría haber sido su disciplina si su devenir histórico hubiese sido distinto. Para Serra, la disciplina en cuestión es la infografia periodística

La forma en que un artista trabaja desde una disciplina distinta al arte admite variaciones y modulaciones. En algunos casos son transformistas que se calzan el disfraz de otra profesión - intrusos que se cuelan en fiestas a las que nadie les ha invitado. En otros, aves inclasificables qué tienen serios problemas para trazar los límites entre su práctica creativa y su otro espacio de producción de conocimiento. Ninguno de estos es el caso de Jaime Serra - el suyo es el de un profesional de prestigio al que su profesión se le ha quedado estrecha para acomodar todo lo que necesita decir. No le ha quedado más alternativa que desbordarla. 

Uno de los nombres más reconocidos a nivel internacional dentro del periodismo visual, Jaime Serra cuenta con una larga trayectoria trabajando en medios como el diario argentino Clarín, desde el que desarrolló una renovación del lenguaje infográfico, o La Vanguardia, donde ocupa desde 2007 el puesto de jefe del departamento de Infografía e ilustración. De su peso dentro de este territorio da fé el hecho de que en 2012 sus colegas de profesión, a través de la prestigiosa Society of News Design (SND) le eligiesen como la figura más relevante dentro de su disciplina en los 20 años anteriores. Este trabajo, tremendamente influyente para sus coetáneos, no hace de él un ortodoxo o un esencialista; más bien todo lo contrario. Su columna dominical en La Vanguardia, republicada en el Courrier International francés, es su espacio de experimentación, en el que entre texto y gráficos juega con la noción de aplicar la infografía al género de la opinión y traza sugerentes relatos, a veces en primera persona, a veces como observador de la realidad.


 

2.

Desde los inicios de la prensa escrita tal y como la conocemos, la infografía ha contado con un espacio propio y una tradición, un espacio que en los últimos años se ha visto reivindicado desde múltiples frentes. Frente a los que la consideran un género menor que aporta solamente un tono de color a un artículo, o aún peor, la ven como una simple “ilustración” de un texto escrito, la infografía ofrece en muchos casos el lenguaje más adecuado para contar una historia.

La última década ha supuesto una verdadera edad de oro y una explosión de innovación en el lenguaje de la infografía. Las razones son varias; la emergencia de la prensa digital ha ofrecido un nuevo soporte, la web, en la que es posible explorar nuevas direcciones e incorporar elementos como la animación y la interacción al cajón de recursos de los infógrafos. Además, la cada vez mayor relevancia de las bases de datos informáticas como material de interés periodístico ha facilitado la emergencia de nuevas formas para narrar, como el llamado Periodismo de Datos. Aunque cuenta con décadas de antecedentes el Periodismo de Datos podría ser el primer género de prensa que nace en el Siglo XXI. Diarios como el New York Times y The Guardian cuentan ya con departamentos específicos en que periodistas trabajan junto a programadores, estadísticos y diseñadores para encontrar historias interesantes dentro de las grandes estructuras de información que producen la administración, la actividad económica, los secretos bancarios o las agencias de inteligencia.

El periodismo de datos es una de las formas narrativas predilectas de la era del Big Data, y algunas de las historias más importantes de los últimos años, desde las filtraciones de Wikileaks a las revelaciones del caso Snowden sólo han podido contarse con fidelidad a través de él. Es aquí donde la infografía y su evolución contemporánea dentro de la cultura digital, la visualización de datos, se convierten en una herramienta esencial y una estrategia narrativa ineludible. En muchos casos, el gráfico -estático o interactivo- se sitúa en mejor condición que el texto para explicar la relación entre múltiples elementos dentro de un estado de cosas; para facilitar recorridos no secuenciales, explicaciones que no pueden engarzarse en una narrativa única y lineal.

En la prensa tradicional y en la digital, los recursos de la infografía se ponen al servicio de las grandes historias colectivas que construyen el relato de la actualidad. Los datos que se traducen en un conjunto de elementos gráficos son la encarnación de los hechos objetivables, con los que se produce una realidad consensuada. ¿Qué sucede entonces cuando se utilizan para explorar el mundo de lo extremadamente subjetivo y lo íntimo?


 

3.

En el mundo del arte, la ciencia y el pensamiento existe una larga tradición de exploradores de la experiencia que se han dedicado a generar un registro meticuloso de sus acciones cotidianas. El visionario Richard Buckminster Fuller, en su Dymaxion Chronofile, registró su vida en intervalos de 15 minutos desde 1920 a 1983. Esta gran álbum de recortes incluye toda su correspondencia, sus facturas, notas manuscritas, dibujos, y artículos de prensa, y ocupa más de 80 metros de largo en la biblioteca de la Universidad de Stanford. Se estima que es la vida más documentada de la historia.

El artista alemán Dieter Roth utilizó a lo largo de décadas los diarios como registro documental del paso de los días, y terminó su vida con una obra magna, Solo Scenes, en la que 128 pantallas muestran el registro en vídeo de los días dentro de su estudio en su último año antes de fallecer. Tehching Hsieh, conocido por sus performances extremas de un año de duración, tomó una foto de sí mismo una vez a la hora entre Abril de 1980 y Abril de 1981, como parte de la pieza Time Clock Piece.

Uno de los ejemplos más fascinantes es el del alemán Horst Ademeit, que a lo largo de su vida tomó miles de polaroids en las que añadía datos, mediciones y observaciones de su entorno, desde lecturas de consumo eléctrico y temperatura a olores y sonidos.

Algunos de los proyectos de Serra se encuadran en esta tradición; el consumo de café, de tabaco o las relaciones sexuales se convierten en materia que es meticulosamente registrada, como observación continuada de nuestra huella en el mundo. En estos rituales de la cotidianidad, una acción diaria repetida en el tiempo genera un patrón que es capturado por el lenguaje de la representación de la información. En estas piezas hay una obsesiva búsqueda de significado, de perseguir verdades sobre uno mismo que emanan desde los resquicios que dejan los gestos mínimos de lo cotidiano. Pero también es una forma de querer capturar el tiempo, de generar una memoria de los actos del día a día que queden almacenadas en nuestra base de datos personal. Una base de datos que es al fin y al cabo una lucha contra la marea del tiempo, que lo borra todo.
Otras piezas de la exposición, además, capturan algo del zeitgeist de la segunda década del Siglo XXI, en que la producción de datos personales es un hecho inevitable. Diariamente interactuamos con docenas de tecnologías que producen huellas y sombras digitales de nuestra actividad constantemente. Los últimos años hemos visto una explosión de nuevas industrias de la cuantificación que nos invitan a registrar nuestros actos (las aplicaciones de fitness, los podómetros digitales, los contadores de calorías) o que directamente convierten los convierten en un recurso explotable, con el que se comercia (las redes sociales). Dorme bem, perdiçao… utiliza una clase de datos desechables pero tremendamente íntimos, los SMS en los que queda registrado el curso entero de una relación entre dos personas.

Mas allá del registro de lo sucedido, de la captura de lo fugaz antes de que sea desdibujado por el tiempo, la exposición incluye piezas en una voz diferente: la invocación. En vez de capturar el pasado, quizás generar un registro puede ser la forma de tomar el control del futuro, ya sea del día que tenemos por delante (un día perfecto) o incluso del resto de nuestras vidas (Salud, dinero o amor). En estos ceremoniales hay un gesto de resistencia; una llamada a no resignarnos a ser simples espectadores del paso de los días, y de aspirar a controlar nuestros rituales cotidianos, el tiempo que nos queda, y los datos que darán constancia de ello.


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